A primeros de año tuve la suerte de visionar en una sala de los Cines Broadway en Valladolid la última película de Fernando León de Aranoa, El Buen Patrón, ganadora de seis premios Goya.
Deudora del buen cine social europeo – entre los que destaca especialmente la filmografía del prolífico director británico Ken Loach -, el filme ahonda en las miserias laborales y sociales entorno a una empresa que fabrica balanzas industriales propiedad de Julio Blanco, éste protagonizado por un soberbio Javier Bardem. Lo que parece siendo una realidad idílica desde el punto de vista del empresario y de los trabajadores, es en realidad un reflejo de un pedazo de nuestra sociedad; por un lado, la desencantada y sumisa parte trabajadora que, cual pieza de las máquinas de una sección en cadena, forma parte de un aparentemente inalterable engranaje de vida laboral que los transforma – a lo “Tiempos Modernos” de Chaplin -; por otro, la disconformidad y la rebeldía personificadas en uno de sus protagonistas que, viviendo una situación injusta al borde de la desesperación – resignado ante un destino implacable como le sucedió al protagonista de “El ladrón de bicicletas” de Vittorio De Sica – toma una postura al límite poniendo en riesgo su reputación como trabajador y como persona. Y entre ambos enfoques, las malas artes de un jefe despiadado que no duda en pisar al prójimo para conseguir sus propósitos.
Según el crítico de cine Oti Rodríguez Marchante, “la película es lúcida, divertida, insolente y aguda. Hay en ella un cierto titubeo con el ´bien´ y el ´mal´, y ofrece al espectador la posibilidad de verla con todo su atractivo y con toda su mezquindad”. Para otro gran cinéfilo amigo mío como es Diego Rodríguez, “es un impecable y admirable ejercicio de mala leche y sarcasmo al más puro estilo Azcona. Un ´esperpento berlanguiano´ cargado de humor corrosivo”.
Sin duda alguna, una recomendable cinta cinematográfica seleccionada en representación de España en la próxima ceremonia de los Óscars que no dejará indiferente a nadie.
