La nueva iniciativa por la creación de una nueva autonomía en tierras leonesas ha surgido como una tormenta en medio de la serenidad. Y lo que parecía ser una comunidad estable y sin diferencias hace en estos días que los insatisfechos reclamen también una parte de ese “pastel” que otros hace años que disfrutan.
En nuestra opinión y desde un punto de vista histórico, la Comunidad Castellanoleonesa nace en su momento, probablemente y más que por ninguna otra cosa, como una pretensión unitaria, en la que los viejos territorios leoneses y castellanos, haciendo un esfuerzo, tanto tradicional y de costumbres como socioeconómico y rentabilizador, acabasen injertados en beneficio de una autonomía más fuerte y poderosa. Sin embargo, el tiempo ha venido a demostrar que el deseo de algunos no coincidía con tal planteamiento.
Es cierto que la diversidad de pueblos y culturas que ocuparon la Península en tiempos pasados fue grande. Mayor incluso en la España ulterior que en la citerior. Lo cual no sería obstáculo para que, tras la invasión musulmana en el año 711, el territorio peninsular quedase sometido, con excepción de las zonas más septentrionales, bajo el nombre de Al-Ándalus durante ocho largos siglos. Un espeso poso que haría que, en el subconsciente de nuestro pueblo, quedase escondida esa pequeña pero ávida ambición que hoy se manifiesta de modo clarísimo en muchas de las personas que ocupan puestos en el vasto espacio político del país.
Es, sin duda, ese espejismo de las viejas taifas lo que lleva a nuestros hombres y mujeres a posicionarse bajo pretensiones quizá no absurdas, pero sí repletas de ambición y poder. De ahí la idea, no ya de las propias provincias o de sus pobladores, a nivel general, sino de aquellos que siempre aspiraron a convertirse en reyezuelos, lo que hace que surjan estas posturas y disensiones, llenas (no cabe otra causa) de un egoísmo insaciable, ante la posibilidad de manejar un saco donde, por ende, el derroche supone uno de sus más infectos acicates.
La Vieja Castilla de Carlos I, en la que se unirían por primera vez los reinos de Castilla, Aragón y Navarra, han venido sufriendo desde entonces los caprichos de una política de intereses. Primero, la Monarquía Hispánica, o Monarquía Católica. Más tarde, bajo el reinado de Felipe II, la búsqueda de un equilibrio entre el centralismo autoritario de la monarquía y las inclinaciones separatistas de la periferia. Después, el triunfo de los foralismos, que hace que España se convierta en una monarquía ineficaz y poco racional; la atomización de los territorios; la organización territorial borbnónica, en el siglo XVIII; los decretos de Nueva Planta; la organización territorial napoleónica; … etc., etc., etc.
En adelante, surgirán nuevas e interesantes iniciativas, como las de Antonio Ranz y José Espiga, con una organización provincial-regional que preservaba los antiguos reinos y tomaba como base las entidades más extensas y pobladas igualando por arriba.
Después, la de Felipe Bauzá, en la que se establecía una diferenciación entre provincias de primera, de segunda y de tercera, en búsqueda de un reparto equilibrado de la densidad de población. Un proyecto mejorado más tarde por el proyecto Bauzá y Larramendi.
Y así sucesivamente, hasta llegar a los momentos actuales, en los que los intereses nada tienen que ver (a juzgar por cómo se desarrolla la política general y autonómica) con los deseos de servir, sino de ser servido.
En definitiva, sólo podemos añadir que, si esta propuesta de separación de una parte de la Comunidad Castellano-leonesa prospera, estaremos ante un nuevo planteamiento, que pretende, única y exclusivamente, crear una autonomía más (en España ya poseemos 17 autonomías y dos ciudades autónomas, Ceuta y Melilla); con lo cual ascenderían a un total de 18 comunidades autónomas, de momento. Un movimiento pendular al que habría que añadir presupuesto nuevo, cargos nuevos, cámara nueva, edificios nuevos, funcionariado nuevo, coches, viajes, dietas,… Y, cómo no, un clientelismo nuevo que haría variar ostensiblemente los resultados electorales, pese a que hoy día ya se manejan, más que por un recuento efectivo de votos emitidos, por medio de una maquinita electrónica y un programa “X” que lo hace casi todo y más.
La mesa está servida, como diría un lacayo. La conclusión, ustedes mismos pueden extraerla; tan sólo se trata de echar cuentas y de ver cuántos agujeros tienen ya nuestros delicados bolsillos. Ellos, siempre ganan, como diría don Pío. Me refiero a don Pío Cabanillas, que en paz descanse. Pero no olvidemos que este país estuvo siempre lleno de “pájaros”. Pájaros de cuentas.
Hasta la próxima, amigos.