Hace escasamente una semana todo Tordesillas andaba en la calle. Sus gentes, envueltas en la algarabía festiva que cada año procuran las fiestas de la Peña y de la Guía, deambulaban vibrantes por calles y plazas, ansiosas por recuperar aquel espíritu secuestrado de otro tiempo, más tranquilo y feliz. Y hoy, todo aquello nos parece algo lejano, aunque sin perder la esperanza, siempre viva, de que en un futuro próximo vuelva a repetirse. Porque el espíritu tordesillano siempre está ahí, dispuesto para lo que haga falta.
Así al menos lo han demostrado jóvenes y mayores (estos últimos quizá con mayor entusiasmo), sin dejarse llevar de la abulia, haciendo que lo mejor de ellos mismos y de su experiencia se patentizase en medio de todos, y transmitiendo el sentido del humor que nunca puede faltar entre quienes desde antiguo fueron sobradamente gentes de bien. Me refiero concretamente a las pantomimas callejeras, una expresión de agudeza, ingenio y gracejo con que, determinados grupos de personas, han agasajado muy dignamente a propios y extraños, haciendo las delicias de quienes, sentados apaciblemente en las terrazas de lugares más o menos concurridos, tuvimos la oportunidad de disfrutar de esas mínimas representaciones sin palabras, pero rebosantes de sal, socarronería o ironía.

Siempre fue este tipo de ocurrencias signo de la chispa que los tordesillanos, en tanto que castellanos, eran capaces de mostrar hacia el exterior, dando así pábulo a esa fama tan recia y antigua que los hace aparecer como secos y, en cierto modo, desagradables. Sin embargo, nada de eso existe en los de su esencia. La seriedad nada tiene que ver con el humor o la antipatía. Pero, en esta ocasión, después de algún tiempo, la ocurrencia de hacer valer ese carácter que se esconde en su interior ha puesto de manifiesto la autenticidad que les caracteriza.
Una muestra de ello fue la pantomima denominada Las Superabuelas, compuesta por un grupo de mujeres (algo entradas en años) que, ataviadas a la antigua usanza, se pasearon por el pueblo en silencio, llamando la atención de cuantos las contemplaban. No se trataba, por supuesto, de la única pantomima que dio la nota en esta ocasión, también hubo otras de gran calidad. Pero a mí particularmente, esta de las Supereabuelas me pareció originalísima, independientemente de que no fuese agraciada con el primer premio.

Afortunadamente, este tipo de manifestaciones populares pone de manifiesto una vez más que el auténtico espíritu tordesillano no está perdido. Antes al contrario, frente a cuantas vicisitudes está padeciendo nuestra localidad por culpa de quienes tan atrozmente vienen acosándonos desde hace años, las buenas y pacíficas gentes de la localidad continúan haciendo gala de la buena forma en que se encuentran, en cuanto a aguante y sentido del humor, que es tanto como decir: de esperanza. Un don que siempre viene de la mano de la fe (la que viene del cielo y la que ellos mismos se procuran), y que sirve además para sostener nuestros estandartes más tradicionales y patrios.

Nuestra más efusiva felicitación, por tanto, a los ganadores. Felicitación que hacemos igualmente extensiva a todos aquellos grupos que tomaron parte en este espectáculo gratuito y tan gratificante, haciendo posible que tantas formas de diversión del pasado no acaben olvidándose y extinguiéndose. La fiesta de La Peña y de la Guía terminó un año más; pero su espíritu no será nunca agua pasada.